lunes, 28 de septiembre de 2009

Entrevista a fondo

Norma Morales, vendedora de 72 años del barrio Brasil:

“No me iré de acá hasta que me muera”

Por Víctor Aravena

Con un quiosco ubicado en las afueras del Preuniversitario Pedro de Valdivia, en la esquina de Brasil con Huérfanos, la señora Norma asegura haber visto de todo en el barrio Brasil tras 47 años trabajando como vendedora. Viuda y con 3 hijos que no ve hace más de 2 años, esta humilde mujer de San Miguel, que demora hora y media en llegar a su hogar, está en contra de la comercialización del sector y confía en que éste “vuelva a ser como lo era hace años atrás cuando la aristocracia abundaba”.

¿Cómo es su historia como vendedora en el barrio Brasil?

“Me puse con mi primer quiosco hace 47 años más cerca de la Alameda que ahora que estoy acá en Huérfanos. Mi madre siempre me decía que estudiara para que lograra ser algo en mi vida, pero nunca le hice caso y terminé vendiendo confites y revistas en mi querido y amado quiosco que no pretendo abandonar hasta mucho tiempo más. Sentada acá adentro con lluvia, frío o calor no me aburro, y a lo largo de todos estos años he ido conociendo gente nueva. Eso sí los transeúntes que andan por acá han cambiado mucho. Antes eran puros cuicos bien vestidos que sacaban a pasear a sus hijos por las calles. Ahora sólo veo distorsión de los jóvenes que rondan por el sector.”

¿Qué pasó con esa gente de clase alta que andaba por acá?

“Según tengo entendido el sector se comenzó a desvalorizar paulatinamente y los de la aristocracia comenzaron a ver que al mismo tiempo Santiago se extendía hacia la cordillera con terrenos que valían mucho más que los de acá, así que inmediatamente se fueron cambiando. De hecho tengo un conocido que todavía me viene a ver, que formaba parte de este grupo de gente de la clase alta, y me cuenta que no reconoce las calles del barrio, y que en verdad le causa asco ver que las construcciones antiguas se mantienen en los segundos pisos, pero en los primeros sólo hay comercio.”



¿Y qué le parece esto a usted?

En lo personal lo encuentro una falta de respeto porque es hacerle daño a un sector que tiene parte del patrimonio de Santiago. Si usted hubiese conocido estas calles cuando las casas eran habitadas en sus primeros pisos, se impresionaría de lo tranquilo y lindo que era. La gente vivía alegre y esa manía de comercializar las cosas todavía no se daba. Yo sólo tenía mi quiosco para mantenerme, no como un negocio del cual pudiese sacar grandes ganancias, por eso no me considero de esa gente que le gusta ganar plata.


¿Qué haría usted para cambiar esta negativa imagen que se ha generado el barrio?

De partida sacaría a todos los comerciantes que utilizan los primeros pisos de las construcciones antiguas. Luego cambiaría el recorrido del Transantiago para otras calles porque acá meten mucha bulla y hay veces que ni escucho a mis clientes. También derribaría unas casitas para colocar más parques, aunque sean pequeños, pero para que le den vida a este desierto. Luego de cambiar la imagen del barrio lo volvería a hacer residencial, y no necesariamente de gente pudiente, pero de personas que vivan el día a día acá y que le vuelvan a dar una identidad a esta calles por las que cada vez transitan más personas desconocidas.

¿Cómo ve a la juventud que recorre las calles del barrio Brasil?

Sinceramente a los jóvenes de ahora los encuentro muy liberales. De hecho es pan de cada día ver a niñitos de 13 o 14 años saliendo del colegio con un cigarro en la mano, o a los mismos cabros del preuniversitario que salen a fumar marihuana acá al lado mío como si se pudiese hacer en todos lados, siendo que no es así y yo no los dejo, los corro altiro.


¿Cree que esto ensucia la imagen del barrio, o piensa que son otros motivos?

¡No! eso es lo de menos, para mí el principal problema recae en que el comercio se apoderó de estas calles y lo único bonito que queda es la Plaza Brasil que, por suerte, ha sido preocupación del alcalde, pero el resto nada, y a pesar que yo no soy de esta comuna, sino de San Miguel, me preocupa porque es el entorno en el que trabajo todos los días. Para qué hablar de las noches. La avenida Brasil se transforma en una calle bohemia por la que los jóvenes andan curados caminando a oscuras y a pesar de la seguridad ciudadana que anda dando vueltas, no los agarran porque no están cometiendo delitos, así que uno tiene que aguantarlos nomás cuando se ponen pegotes.

¿Qué hay de su familia y parientes, cómo ven su trabajo?

Como te decía, mi madre nunca quiso que yo hiciese esto, pero me gusta y no estoy arrepentida de haber seguido este camino porque gracias a él conocí a mi fallecido y querido esposo y pude tener a mis 3 hijitos, que a pesar de que no los veo hace tiempo, porque están trabajando fuera de Santiago, me llaman y estoy enterada de lo que les pasa. Es gracias a ellos que yo me mantengo con ganas de vivir, de seguir trabajando y con la convicción de que no me iré de acá hasta que me muera.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Barrio Brasil en decadencia

Por Víctor Aravena

Al entrar en la calle Concha y Toro desde la Alameda, inmediatamente la perspectiva sobre el Santiago ruidoso y monótono cambia, porque el adoquín del suelo y las altas y amenazadoras casas antiguas no permiten el ingreso del ruido de los autos que transitan sin parar. Se ingresa a la calle y a la izquierda se encuentra el abandonado Teatro Carrera, que a 92 años de su construcción es considerado “Monumento Nacional”. Este recinto, que en algún momento fue el primer cine sonoro del país, hace pocos años terminó siendo una discoteque de mala fama donde se reunían jóvenes de los más raros estilos de la capital. Hoy, sus puertas están cerradas y por fuera sus paredes rayadas acompañan el frío ambiente de la calle.

Inserto en un ambiente universitario, el barrio Brasil hace un quiebre arquitectónico con el resto de la capital. Con construcciones góticas y neocoloniales, este sector retrocede los años y recuerda calles que fueron utilizadas por la aristocracia chilena del año 1900. Actualmente varios perros transitan por las silenciosas calles que, además, son fotografiadas constantemente por jóvenes y profesionales que buscan la esencia del lugar.

Sólo unos pasos más hacia el norte se encuentra la plaza “Libertad de Prensa”, la cual en su centro posee una pileta que con sus aguas provoca una sensación de relajación y tranquilidad que no se sienten a menudo en la capital. Con cuatro bancas, que están casi siempre ocupadas por jóvenes conversando o por adultos leyendo el diario, la plaza rememora la antigüedad del barrio que a poco más de 100 años de su construcción está perdiendo cada vez más rápido su esencia con la inserción de locales comerciales que dejan de lado la estética con tal de vender.



Más adelante vienen las calles Moneda y Brasil, que rompen con la tranquilidad de la calle antes nombrada. Con un asfalto deforme por el paso del tiempo y con locales comerciales pintados de colores distintos, estas calles difieren de la armonía de Concha y Toro. Sólo se rescatan las palmeras ubicadas en la bandeja central de la calle, que rodeadas de pasto, le dan un toque de armonía al sector. La urbanización ha hecho de lo suyo y ha provocado que la calidad de vida de los habitantes del sector se reduzca, al punto de que varios de ellos simplemente han optado por abandonar el barrio.


A pesar de la decadencia del sector de la calle Brasil, existen pequeños pasadizos que recuperan la esencia del lugar. Se trata de las calles La Fetra y Maturana que con construcciones antiguas devuelven la vida. Con gente anciana rondando por las veredas y con varias dueñas de casa paradas en las puertas de sus hogares, por este lugar se respira historia y tradición.
Según cuenta Ester Grajales, de 72 años, el barrio poco a poco pierde color y viveza. “Cuando se muera la gente de mi generación de este sector, éste estará perdido y será consumido por el comercio”, dice la señora que vive ahí hace 53 años. A pocos pasos Jeremías Soto cuenta que vio nacer el barrio y que probablemente alcance a verlo morir. “Si los jóvenes de ahora no están interesados en mantener el lugar, no hay vuelta atrás”, revela el hombre de 93 años que ha vivido toda su vida en el sector.

A unas cuadras de distancia se encuentra la plaza Brasil, que aparte de ser el único pulmón del sector, termina con la antigüedad, para abrir paso a la naturaleza. Basta con sentarse cinco minutos en una de sus múltiples bancas, algunas de las cuales son utilizadas por vagabundos para dormir, para sentir pájaros cantando, niños jugando en las instalaciones de entretención de la plaza, adolescentes jugando tenis de mesa, perros revolcándose en el pasto y el carro de maní que cada dos minutos lanza su agudo silbido que se escucha en toda el recinto. Sólo a ratos el grato momento es interrumpido por algún bocinazo proveniente de las calles colindantes, pero rápidamente se olvida.

Los alrededores de la plaza están plagados de historia, que con el pasar de los años se va perdiendo, pero aún queda gente que recuerda hechos memorables. La señora Etelvina Rojas recuerda perfectamente el día en el que todos los vecinos salieron a la plaza a reclamar por un buen mantenimiento del barrio, que en ese entonces, no estaba considerado por la municipalidad de Santiago. “Fue un hecho que nunca olvidaré. Toda la gente del barrio, niños y viejos, reclamando algo que nos merecemos por ayudar a mantener el patrimonio de la nación”, dice la señora que ha pasado 48 años recorriendo las calles del lugar.


Pasado un rato en la plaza al mediodía, salen los escolares, los cuales llenan la plaza Brasil y todos sus juegos y construcciones. Se sientan a fumar, a conversar y a escuchar música. Uno de ellos habló de la visión que tiene de un lugar tan histórico como lo es el barrio Brasil y dijo desconocer la historia que se encuentra en ese sector. “La verdad yo sólo vengo al colegio y a la plaza porque conversamos con los cabros, desconozco lo que puede haber pasado en esta plaza y en sus alrededores”, dice el joven de 16 años que asiste al colegio Santa Cecilia, ubicado a un costado de la plaza.

Al parecer los jóvenes no están interesados en mantener el legado de los antepasados, siendo que es de vital importancia que se interesen por el tema para que éste no quede en el olvido. La decadencia continúa y cada vez se hará más latente si la gente no se preocupa de mantener el sector.
La municipalidad ha hecho de lo suyo, manteniendo luces, contratando a los jardineros y aseadores de la plaza y del sector, pero muchas paredes están rayadas y muchos juegos están rotos por culpa de jóvenes que no saben valorar lo que tienen en frente.

Poco a poco las casas se irán demoliendo para dar paso a grandes edificios, como ha ocurrido en varios casos del barrio, y en pocos años la gente de edad que mantiene vivos los recuerdos del sector desaparecerá, trayendo consigo el olvido y la desolación. Es tarea de los habitantes del lugar mantener el registro histórico, osino la decadencia será más que evidente y las calles Concha y Toro, Maturana, La Fetra y Moneda perderán sus legados.